La Fórmula 1 ya no se mide solo en vueltas rápidas. Y en los últimos años, el deporte rey del automovilismo ha entendido que su mayor diferencial no está solo en la pista, sino en la forma en que crea experiencias para su audiencia.

La expansión de la F1 hacia nuevos territorios —Estados Unidos, Medio Oriente, Asia— ha venido acompañada de una estrategia clara: convertir cada Gran Premio en un espectáculo inmersivo que involucre al consumidor mucho antes (y mucho después) de que se apaguen las luces.

Más allá del resultado, el fan actual quiere vivir el deporte. No solo verlo. La F1 responde a esto con experiencias que combinan tecnología, cultura pop, gaming, lifestyle y «hospitality» de alto nivel.

Desde simuladores hiperrealistas, hasta kartings oficiales con alta tecnología, o colecciones de moda: cada detalle está pensado para ofrecer un ecosistema de entretenimiento.

La apertura del Grand Prix Plaza en Las Vegas es la última apuesta. Un espacio permanente de más de 9,000 m² que alberga atracciones tech, karting, tiendas y zonas de experiencia. Más que un evento, es una experiencia 360 que transforma al fan casual en embajador de la marca F1.

El modelo se repite en diferentes escalas alrededor del mundo: activaciones en ciudades sede, presencia en plataformas de streaming, contenido social nativo y alianzas estratégicas con marcas que comparten el ADN de la F1.

La Fórmula 1 entendió que para crecer ya no basta con un circuito atractivo: hay que conectar fuera de ella. Con experiencias inmersivas, contenido de alto impacto y una narrativa global bien dirigida, ha logrado atraer nuevos públicos, diversificar ingresos y posicionarse como una plataforma de entretenimiento total. No es solo deporte, es marca, experiencia y comunidad. En esa ecuación está el verdadero secreto de su expansión.

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